La Realidad Cotidiana en la Historia del Arte /11






Análisis de la representación de lo cotidiano
con una orientación progresiva hacia
el entorno edificado, lo intrascendente
y su abstracción









En la década de los años veinte se advierte un renacimiento del realismo en el arte pictórico; otra vez por la necesidad del artista de poner los pies sobre la tierra después de haber dejado volar a la imaginación.


En Alemania, y más concretamente en la ciudad de Berlín (uno de los centros culturales europeos donde con mayor fuerza se mostraron las mejores y peores consecuencias de la guerra de 1914), el realismo de la tendencia denominada Nueva Objetividad sirvió de ácida crítica social; aunque sin intenciones idealistas. El talante de sus representantes se acercaba más a la resignación que a la contraofensiva. Con particulares diferencias de estilo, las obras de los artistas que siguieron esta corriente objetiva tenían en común una nueva e intencionada fidelidad a los contornos de los objetos, que contrastaba con la imprecisión de los expresionistas; un acabado liso sin ninguna muestra gestual o del proceso de creación de la pintura; y la preferencia general de lo estático y cerrado frente a lo dinámico. Todos estos instrumentos plásticos utilizados con ingenio para representar la frialdad o la decadencia social en la ciudad en el periodo de entreguerras.
























Arriba, dos obras del alemán George Grosz (1883-1959). A la izquierda, “Los Pilares de la Sociedad”, de 1926; crítica bastante ácida al poder germano. A la derecha, “Un Día Gris”, del año 1921, donde se reconoce el panorama social en las calles berlinesas; gris para la mayoría, aunque próspero para algunos.


La tendencia realista de la Nueva Objetividad también encuentra reflejo en otros países europeos. Siempre conservando un estilo propio, el pintor parisino Balthus se hizo famoso con esta obra llamada “La Calle”, de 1933.




La Nueva objetividad también se exportó a América. Al lado, “Chuch Street El”; y debajo, “Interior”, de Charles Sheeler.














El mayor exponente de la nueva tendencia en el continente americano sería el pintor Edward Hopper, que, con un realismo de brillantes colores, plasmó en el lienzo los interiores y exteriores que los estadounidenses veían cada día; y con igual esplendor, también en la noche.

Debajo, “Tejados de Ciudad”, de 1932. Al pie de la página, “Recodo del Puente de Manhattan”, de 1928.






Arriba, “Temprana Mañana de Domingo”, de 1930. Debajo, “El Teatro del Círculo”, de 1936. En sus habituales paseos por Nueva York, o donde quiera que fuera, Hopper no dejaba de sorprenderse con las construcciones y edificios más ordinarios, sin un interés aparente.















Arriba, “Casa de Marty Welch”, de 1928. Las casas particulares fueron su predilección desde sus comienzos como pintor. A la derecha, “Vista a través del Patio (en el nº 48 de la calle Lille, París)”, de 1906; cuando pasó una temporada en la Europa de los grandes maestros.

Debajo, de izquierda a derecha, “Casa en la Carretera (Cayo Cop)”, de 1942; “Casa en el río Pamet”, de 1934. Más abajo, “Estación de Guardacostas”, de 1929 y “Casa del jinete”, de 1933. Hopper aprovechaba las vacaciones para buscar nuevas vistas que pudieran llamar su atención.











Las carreteras también entraban dentro del itinerario cotidiano del pintor americano Edward Hopper. Arriba, a la izquierda, una gasolinera en “Gas”, de 1940.
Sobre estas líneas, “La Ciudad”, de 1927; vista panorámica desde la ventana de su apartamento.
Otro tópico suyo serán las calles semidesiertas. Al lado, “Domingo”, de 1926. Debajo, “Viento del Este sobre Weehawken”, de 1934.











En los interiores diurnos solía crear fuertes contrastes lumínicos, como en “La Barbería”, de 1931; en el extremo superior izquierdo.

Otras veces, ilustraba escenas domésticas a través de las ventanas, desde el exterior; como en la pintura de arriba, “Habitación en Nueva York”, de 1932; o en “Apartamentos”, al lado. En “Casa al Atardecer”, de 1935, el interior sólo se vislumbra en la lejanía.







La melancolía que se percibe en las pinturas diurnas de Edward Hopper es también una característica de sus obras nocturnas. Arriba, “Farmacia”, de 1927; uno de sus primeros lienzos en ilustrar lo que sería un tema favorito. Debajo, el conocido “Nighthawks” (halcones de la noche), de 1942. En los dos emplazamientos (probablemente cercanos al estudio del pintor en el Greenwich Village de N.Y) es el propio local el que ilumina la oscuridad de la calle.

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