La Realidad Cotidiana en la Historia del Arte /01 {28.000 a.n.e.}






Análisis de la representación de lo cotidiano
con una orientación progresiva hacia
el entorno edificado, lo intrascendente
y su abstracción.







Hace al menos 30.000 años el hombre comenzó a representar el mundo que le rodeaba. Aunque existen evidencias de que el hombre neandertal (entre los 70.000 y los 37.000 años antes de nuestra era) ya daba forma a ciertos útiles y objetos rituales, no hubo una producción abundante de representaciones artísticas hasta que el hombre actual apareció en escena. Durante el último periodo de la edad del hielo, el hombre paleolítico inscribió dibujos sobre huesos y talló figuras animales o humanas en cuernos y piedra ayudándose de herramientas hechas de sílex o hueso. Con un realismo aún más sorprendente, aplicando sustancias minerales, animales o vegetales con dedos, pinceles hechos de fibra y pelo, o estrechos tubos de hueso por donde soplaban pigmentos, nuestros ancestros grabaron y pintaron, primordialmente animales, sobre las superficies rocosas de entrantes y cuevas naturales. Las pinturas rupestres no nos muestran en ningún momento el paisaje montañoso de casquetes polares y glaciares en retroceso que rodeaba al hombre de aquel tiempo, como tampoco es evocada la vegetación del entorno. Sin embargo, sí se presentan fieles representaciones de su fauna autóctona. Debido a las duras condiciones climáticas que hubo de soportar, el hombre prehistórico necesitó alimentarse fundamentalmente de carne rica en grasas para asegurar su supervivencia. Fueron los animales de mayor envergadura los que integraron la base de su dieta y los que, con su denso pelaje, protegieron al hombre de las gélidas temperaturas. Es muy posible que esta dependencia vital, unida a una cultura genuinamente politeísta, sea la explicación a los misteriosos criterios que llevaron al hombre a crear arte, y en concreto, a dejarnos ese inmenso legado de figuraciones animalísticas. El hombre de la edad de piedra pudiera haber creído que cada movimiento originado en la naturaleza era producto de una voluntad, de un espíritu. Desde los insectos hasta el sol, la luna y las estrellas debían ser para ellos entes con voluntad propia y por tanto poseedores de alguna especie de alma.

Viendo los cuerpos sin vida de aquellos que habían muerto, ellos creían que el espíritu había dejado el cuerpo para entrar a formar parte de una dimensión invisible. Pensaban, al igual que la gran mayoría de sus últimos descendientes, que los espíritus permanecían alrededor, flotando en el aire. Se les atribuía la capacidad de penetrar en el cuerpo humano o en objetos inanimados y conseguir invadirlos. Si la forma de una roca les recordaba el rostro de un difunto, suponían que el espíritu de esa persona había ocupado tal roca, llegando a formar parte de ella. Se imaginaban que esos entes podían tomar como residencia sus ídolos de madera o piedra al tallarlos con su misma forma. Los espíritus, creían ellos, eran invisibles omnipresentes y poderosos, y esto explicaba todo lo que sucedía a su alrededor. Para esas personas, que aún no se planteaban la diferencia entre lo material y lo inmaterial, alimentarse de el cuerpo de una fuerte bestia, suponía apropiarse de su espíritu, o, si uno comía del cuerpo de un rey derrocado, uno podía adquirir las cualidades especiales que tuviera ese rey. La carne de animales pequeños y poco bravos debía ser evitada ante el temor de ingerir las imperfecciones de sus pobres espíritus. Si comer del cuerpo de un ser comportaba tragarse su alma, todo lo material que tuviera que ver con él también era portador de ese alma. Cuando una persona veía su reflejo en el agua, creía que estaba viendo su espíritu (lo invisible se hacía visible por la magia del agua). La imagen de algo representaba su espíritu retenido. En los tiempos modernos, tribus aisladas, que todavía viven como lo hicieran sus antepasados de la edad de piedra, podrían creer que un fotógrafo va a capturar su espíritu y por esta razón rechazar ser fotografiado. Estas creencias pudieron ser la única esperanza de supervivencia que le quedara al hombre en un clima tan hostil. Dibujando a los animales en sus cavernas tal vez confió en atraer y asegurar la caza en aquella región. Quizás, mucho antes de reconocer una imagen como una prueba de existencia o el recuerdo del pasado, el hombre la interpretó como el mismo futuro en potencia; o simplemente pensó que lo representado siempre estaría ahí (equivaliendo en la actualidad al consuelo que nos proporciona mirar la imagen de alguien que no está con nosotros). Otro motivo para la representación de animales sobre la piedra bien pudo ser el de adueñarse de la fuerza, la bravura u otras virtudes características de la bestia allí retratada. Una de estas posibilidades puede ser la verdadera, aunque también se puede contemplar una teoría alternativa. En numerosos conjuntos pictóricos parece vislumbrarse cierta similitud con fenómenos astrológicos, de tal modo que los animales vendrían a representar distintos astros y constelaciones. La interpretación de lo desconocido a través de lo reconocible y lo cotidiano, así es como funciona el cerebro humano. No resultaría extraño pensar que nuestros antepasados utilizaron las imágenes de los seres que les rodearon para interpretar todo lo que para ellos era completamente abstracto (desde el lenguaje a los fenómenos meteorológicos y astrológicos). Pudiera ser, por tanto, que todas las conjeturas acerca de las pinturas rupestres hubieran sido reales de uno u otro modo.

Sin embargo, estas posibles motivaciones no son más que fruto de la especulación, razonada según los criterios de una cultura muy distante en el tiempo a la cultura paleolítica. Lo cierto es que el conjunto figurativo resultante nos desvela parte de la realidad en que el hombre vivió inmerso. Supieron reflejar, en ocasiones casi al detalle, la cotidianidad del mundo animal que les rodeaba. En la mayoría de los casos, la fauna evocada en una misma cueva es reflejo del bestiario paleolítico que habitó esa zona.



Tomando como ejemplo la cueva de Lascaux en el sur-oeste francés, una de las cuevas más famosas por la cantidad y calidad de sus pinturas, se puede advertir cierta concordancia entre el inventario de animales que se encuentran descritos en ella y los animales que, según ciertos estudios científicos, veían a diario. El diagrama de la derecha muestra esta posible relación.



Debajo, el llamado “Segundo Caballo Chino”, rodeado de símbolos de diversa interpretación y pintado en amarillo sobre la bóveda de la cueva de Lascaux, Francia, con alrededor de 15.000 años de historia.










Arriba, “Ciervos en el agua”, así llamado por evocar a los animales cruzando un río.

Al lado, dos cabras enfrentándose y, debajo, el panel de “Los bisontes adosados”, donde, para dar una impresión tridimensional, se realizaron reservas y distorsiones escogiendo el soporte más adecuado. Todos de la cueva francesa de Lascaux.











Arriba, pictograma de animales acuáticos junto a una figura antropomórfica sin identificar; podría tratarse de un tipo de dinosaurio marino. Esta pintura monocroma en blanco fue encontrada en una cueva australiana, en el distrito del Río Victoria.


En ese mismo distrito australiano se localizan las pinturas de la derecha. En la imagen superior aparecen dos figuras que se relacionan con los antepasados de una exótica ave australiana. El dibujo está realizado con pigmento blanco y rellenado con rojo. Al pie, animales marinos encontrados en una cueva semisubterránea.













Dentro del continente africano, las pinturas rupestres que han perdurado (a pesar de no encontrarse bajo la protección rocosa de las cuevas europeas) ilustran todavía la fauna autóctona del lugar.
Encabezando esta página, pictograma de una cebra, al galope o quizá vencida en el suelo, encontrado en un abrigo rocoso del interior de Sudáfrica, cerca del municipio de Klerksdorp.




En la imagen izquierda, figura de un hipopótamo, mamífero muy común en el continente africano, grabado con fino detalle sobre una roca al aire libre cercana a Bothaville, en la región de Free State, Sudáfrica.
Debajo, a la izquierda, una jirafa junto a otra figura antropomorfa; a la derecha, grabado de un mandril. Ambos encontrados en abrigos del país sudafricano.





















El Mesolítico y el Neolítico suponen una profunda transformación en la vida humana y, en consecuencia, en su arte. Alrededor del año 10.000 a.C. se produjo una mejora generalizada en el clima de la tierra, que marcó el final de la última glaciación. El cambio climático modificó la vegetación, la fauna, e incluso la configuración de los continentes, obsequiando al hombre de aquel tiempo con un medio ambiente muy similar al actual. En algunas zonas pareció hacerse más grande el mundo. Enormes extensiones de campos llenos de vida, que hasta entonces habían estado desérticos, se abrieron ante los cazadores al retirarse los hielos. En otros sectores, sin embargo, los bosques constituyeron una masa tan cerrada, que dificultó gravemente la movilidad de grupos humanos. La riqueza medioambiental hizo que el hombre se decidiera mayormente por la vida sedentaria, prescindiendo ya del abrigo de las cuevas y estableciéndose en chozas al aire libre. Se desarrolló una nueva forma de subsistencia domesticando especies animales y vegetales. Parece ser que para el hombre no supuso un gran problema adaptarse a todos estos cambios (una prueba de ello es el crecimiento generalizado de la población que se produjo), sino que, por el contrario, le infundieron algo parecido al optimismo.

Esta representación de una danza fálica descubierta en un abrigo de Cogull, Lérida, data de los años 6.500-5.000 a.C. y constituye una de las obras cumbre del Mesolítico. El conjunto está formado por una profusión de dibujos (más de 45) a veces superpuestos, lo cual hace pensar que este lugar fue utilizado continuadamente como santuario.
En su arte se refleja la evolución de la mentalidad homínida. La especie humana es la clara superviviente, la más poderosa, y no es de extrañar que se convierta en la protagonista de sus propias representaciones.

A la izquierda, famosa representación de un recolector de miel sobre las paredes de las Cuevas de la Araña, en la localidad valenciana de Bicorp.



En el centro de la página, a la izquierda, dos figuras realizando acciones de difícil identificación; a la derecha, una familia de pastores nómadas se desplaza en camellos con el rebaño.
Debajo, a la izquierda, una tribu al completo organizando su ganado. Todas encontradas en lo que hoy es el desierto de Tassili N’Ajjer al este de África. Debajo, a la derecha, escena de caza descubierta en el barranco de Les Dogues en Castellón de la Plana.











La Realidad Cotidiana en la Historia del Arte /02



Análisis de la representación de lo cotidiano
con una orientación progresiva hacia
el entorno edificado, lo intrascendente
y su abstracción





El establecimiento de las sociedades agrícolas actuó como importante revulsivo en todos los aspectos de la vida social. El sedentarismo, además de favorecer el desarrollo y la invención de prodigiosas mejoras técnicas, con la consecuente diversificación del trabajo, también dio origen a las desigualdades sociales. Frente a las pequeñas sociedades de cazadores nómadas, de carácter generalmente igualitario, los productivos pueblos campesinos requirieron un nuevo tipo de organización para administrar su creciente comunidad y sus elevados rendimientos. La aparición del excedente de producción propició el control de riquezas y poder por personas o grupos concretos, ya que, generalmente, estos excedentes eran almacenados en un templo buscando la protección de los dioses y de sus representantes terrenales.
En ese contexto, el arte, al igual que sus creadores o la mayor parte de las poblaciones de entonces, se encuentra al servicio de la religión y el poder. Las extraordinarias muestras artísticas que hemos heredado de los egipcios son el mejor ejemplo de arte de las primeras civilizaciones.
La historia de Egipto fue la más larga de todas las culturas antiguas que florecieron en la cuenca Mediterránea, extendiéndose casi sin interrupción desde aproximadamente el año 3.000 a.C. hasta el siglo IV d.C. La naturaleza del país, entorno al río Nilo, que lo baña y fertiliza, y jalonado por el desierto, que actuaba como barrera geográfica para los posibles invasores, permitió el aislamiento de influencias culturales exteriores y el desarrollo de una civilización original y grandiosa. El estilo artístico que acuñó el pueblo egipcio apenas si sufrió cambios en el transcurso de su historia, en la que todas sus manifestaciones estuvieron dedicadas básicamente a la religión, al Estado y al faraón, considerado como un dios sobre la Tierra.
La vida cotidiana en el Antiguo Egipto quedó ricamente ilustrada dentro de las tumbas de faraones, reinas y nobles en forma de pequeñas figurillas llamadas “oushebti” y en murales pintados o grabados.


En la imagen anterior, la representación de un banquete egipcio en un fresco encontrado en la cámara mortuoria de Nakht (un escriba empleado en los graneros egipcios durante la decimoctava dinastía). Diversas invitadas con vestidos de gala se encuentran sentadas sobre sus piernas. Se ofrecen vino, como era costumbre, mientras una sirvienta desnuda parece ayudar a una de ellas a ajustar sus pendientes.



Al lado, formando parte del fresco anterior, dos mujeres entretienen a los invitados al banquete interpretando música con un laúd y un arpa. Este tipo de instrumentos musicales eran tañidos solamente por manos femeninas. El arpa, procedente de Asia Menor, llegó a Egipto durante el Imperio Medio (2040-1650 a.C.). El arpa de pie con caja de resonancia curvada que aparece en la imagen se tocaba en el Imperio Nuevo (1550-1070 a.C.), al igual que el laúd.
Aunque no existe ningún escrito que permita reconstruir la música del Antiguo Egipto, se sabe que ésta tenía un papel importante en sus vidas según se refleja en las numerosas alusiones encontradas en forma de ofrendas fúnebres o decoraciones pictóricas.
Todas estas representaciones, sujetas a rigurosas convenciones, tenían como fin simbólico abastecer al difunto con todo lo que había disfrutado en vida para hacerle más llevadera la existencia de ultratumba hasta el momento de su resurrección. Toda representación “vivía” y se repetía con su materialidad, era una garantía de vida eterna.


En la imagen inferior derecha, pintura sobre un lateral del sarcófago del Príncipe Djehuty-nakht, en Deir el-Bersheh. Realizada durante la undécima dinastía (2134-1991 a.C.), esta decoración representa algunos objetos personales del difunto, como la cama con cabecero y patas imitando la forma de un león y los cuatro reposacabezas en madera y alabastro que se dibujan debajo.


Sobre la cama se identifica una caja cuadrangular con navajas, cada una con una empuñadura de distinto material. Más arriba, los cinco objetos en color rojo oscuro representarían lingotes de cobre y, a la izquierda, se reconoce claramente un collar floral que descansa encima de una mesa o una posible cómoda.




Además de animados banquetes, los egipcios también tenían otro tipo de pasatiempos, entre los que se pueden contar los juegos de mesa.


El senet era un juego para dos, con un tablero cuadriculado atravesado por un trazado en zigzag y de cinco a siete fichas por jugador. Al contrario que los banquetes, éste era un divertimento practicado por todas las clases sociales. A la izquierda, la reina Nefertari jugando al senet en una de las pinturas de su tumba.










Los egipcios inventaron muchos de los juegos y deportes que hoy forman parte de la cultura mundial. Solían practicar ejercicios individuales o de grupo que se asemejaban bastante a los de la gimnasia olímpica y a los números circenses. La miniatura de la derecha, de un plato egipcio con más de 4.000 años de historia, muestra un ejercicio de flexibilidad. Estos ejercicios podían ser para ellos puro entretenimiento, o bien una forma de mantener la línea.



El levantamiento de peso era otro de los deportes conocidos por los egipcios. El método que ellos empleaban consistía en intentar levantar un pesado saco de arena con una mano, en un movimiento limpio y rápido, manteniéndolo en alto en posición vertical. Los competidores debían mantener esta posición brevemente, como ocurre en la práctica deportiva de la halterofilia.



Escenas del Antiguo Egipto sobre el boxeo como deporte fueron encontradas en las tumbas de “Mery Ra”, en Minia, y en la de “Ptah Hotep”, en Saqqara. En la imagen derecha, un jugador en posición para golpear a otro que trata de defenderse. El público asistía a este tipo de encuentros, lo cual indica que eran combates organizados.













El deporte de lanzamiento de jabalina se desarrolló a partir de la caza en la era de los faraones, como también le ocurrió al tiro con arco. De ellos existen varias ilustraciones sobre platos votivos que se han encontrado en los templos antiguos, como es el caso de las imágenes superiores.


La equitación y la maratón evolucionaron de igual modo desde actividades de supervivencia. Esta última era para los egipcios la competición de mayor prestigio, particularmente la maratón que se celebraba con la toma de poder de un nuevo rey. No obstante, el cálido clima del que disfrutaban en Egipto hacía de la natación el deporte favorito de sus habitantes, quienes aprovechaban las calmadas aguas del Nilo para su disfrute. El río Nilo permitía asimismo la práctica del remo y de la pesca, además de ocupación, como actividad ociosa de nobles y faraones, aunque dispusieran de estanques propios en sus palacios.



Arriba, una pintura mural en la tumba de Menna, en Tebas, de la XVIII dinastía (1400-1350 a.C. aproximadamente). En éste, el escriba Menna, la figura mayor, aparece doblemente representado sobre las zonas pantanosas del río Nilo; pescando con arpón a la derecha, y cazando pájaros arrojándoles palos a la izquierda. Su mujer, la segunda figura más grande, su hija, su hijo y varios sirvientes están junto a él.

Las ciénagas del Nilo abastecían a los egipcios con todo tipo de productos. Su pesca era principalmente de carpas y truchas que, secadas al sol o en salazón, resultaban ser un plato muy apreciado en sus mesas.



A la derecha, unos hombres se encargan de un vivero mientras otros trabajan en el desplume de aves; pintura de la tumba de Nakht (otro escriba para el control de la producción de la decimoctava dinastía), en el Valle de los Nobles en Tebas.


La vida de los egipcios fluía con el río que les aportaba los medios básicos para su subsistencia. La predecible crecida anual del Nilo dejaba una nueva capa de suelo fértil cada otoño, extremadamente propicia para la agricultura. Tras la bajada de las aguas podía comenzarse con la labranza y la siembra de las tierras, como bien se ilustra en la pintura inferior procedente de la misma tumba de Nakht.



Los campesinos pertenecían a la más baja clase social. En un estado de semiesclavitud, la práctica totalidad de su producción estaba destinada al Estado (tasa que los recaudadores se encargaban de cobrar) y a los amos de las tierras que trabajaban.


El cultivo intensivo de cereales tales como el trigo y la cebada constituía una de sus principales actividades. La cosecha alcanzaba para alimentar a toda la población y para almacenar un excedente en los graneros en previsión de malas cosechas. Estos campos también les servían para criar ganado. Al cortar la cabeza del grano, dejaban el rastrojo como pasto para cabras, ovejas, vacas y bueyes, éstos muy útiles para el arado de las tierras, para hundir las semillas en época de siembra y para pisar las mieses, como se refleja en uno de los frescos de la tumba del escriba Menna.


En las huertas familiares se cultivaba gran variedad de vegetales (lechugas, judías, cebollas, pepinos, ajos) y frutas como melones, higos, granadas, dátiles y la uva, de la que los egipcios supieron obtener vino.


Al lado, vendimia y pisado de la uva, detalle de un mural en la tumba de Nakht. 

El vino, reservado para las clases más pudientes, se importaba desde Palestina hasta que se comenzaron a plantar viñedos en Egipto. El que se producía en algunas regiones resultaba de una calidad excelente. Se conservaba en jarras cerámicas donde se anotaba la fecha de la cosecha, el tipo de uva, el nombre de la región y el del propietario del viñedo.




Debido a la carestía del vino y a que el agua del Nilo no era potable, la bebida que consumían habitualmente todas las personas, fuese cual fuese su condición social o edad, era la cerveza. Su fabricación a partir de la cebada resultaba muy sencilla, barata y además, al tener alcohol, era desinfectante. Los granos de cebada se trituraban, se amasaban y se mezclaban con agua hasta formar una pasta que a continuación se cocía ligeramente. Luego, esta especie de torta era colocada por los cerveceros dentro de un barril de barro lleno de más agua, se pisaba la preparación y se dejaba al sol para que fermentase; por último se colaba. Esta cerveza tenía una textura más espesa a la que hoy se fabrica y su grado alcohólico era menor.

A la izquierda, “oushebti” del Reino Antiguo de mujer fabricando cerveza. A la derecha, panadera moliendo grano.





De un modo similar se preparaba el alimento básico de la dieta copta, el pan. La pasta amasada subía al momento dejándola al sol antes de hornearla, lo que hacía de esta vianda un prototipo de comida rápida muy ventajoso para abastecer a muchas personas a la vez, como a los obreros de las pirámides.

Mientras las clases más desfavorecidas se sustentaban simplemente con cerveza, pan, cebollas y, de complemento, -los que podían permitírselo-, puré de legumbres, la élite egipcia tenía el privilegio de consumir carne bastante a menudo, y en gran cantidad en festividades. La más popular era la de bovino, que cortaban en finas lonchas y sazonaban con hierbas aromáticas para asarlo a la brasa.


El “oushebti” en madera de la izquierda, que data de la onceava dinastía (entre los años 2134-1991 a.C.), muestra una carnicería donde un buey esta siendo despedazado.













No todas las ocupaciones se derivaban de la agricultura y la ganadería. El trabajo en la construcción y decoración de los templos, palacios y tumbas; la orfebrería, la fabricación del papel de papiro, la alfarería, la carpintería y el sector textil, además de otras profesiones, mantenían ocupados a una buena parte de la sociedad copta.

A la izquierda, escultura en piedra de un alfarero del Reino Antiguo. Éste usaba un torno de mano para dar forma a la arcilla recogida a orillas del Nilo. 



A la derecha, miniatura en madera de una carpintería, encontrada en la tumba de Meketre (de 2134-1994 a.C.).










Sobre estas líneas, “oushebti” de unas tejedoras proveniente de la tumba de Djehuty-nakht (2134-1991 a.C.), en el que una figura de pie se sirve de un huso sobre su rodilla para devanar la fibra de lino que le desliza otra mujer agachada detrás. Dos mujeres más tienden un telar a su espalda.
Los escribas estaban situados en un nivel algo más alto en la escala social. Contándose entre los pocos que sabían leer y escribir, además de ser los encargados de supervisar la producción de toda la comunidad, también redactaban todo tipo de documentos oficiales y grababan las inscripciones jeroglíficas en los templos y monumentos.



A la derecha, otro modelo en madera de la tumba de Menketre, éste, de un granero, sirve a la vez para representar el trabajo de los escribas. A excepción de una figura que se encarga de guardar la entrada, todos los ocupantes de la primera estancia de esta miniatura son escribas, como indica su equipamiento. Sirviéndose de pinceles y una paleta con tinta roja y negra, apuntan el recuento del grano que entra y sale del granero sobre tableros o rollos de papiro.

La realización de los “oushebti” y las pinturas murales obedecía únicamente a su creencia en el poder de las representaciones de la vida para continuar viviendo. Por este motivo reprodujeron de igual modo sus ritos funerarios, costumbres religiosas entre las que se incluía la propia representación.



Al lado, un barco funerario (2175-1991 a.C.) que llevaba las momias a sus tumbas. Los egipcios creían que Osiris viajaba en barco hacia un lugar de descanso y que ellos debían hacer ese mismo recorrido cuando les llegara la hora. Debajo, estela funeraria de la tumba de Ramose (1411-1374 a.C.) donde aparece el cortejo de ofrendas y plañideras que le acompañaría en su último día.




La Realidad Cotidiana en la Historia del Arte /03


Análisis de la representación de lo cotidiano
con una orientación progresiva hacia
el entorno edificado, lo intrascendente
y su abstracción







Con la aparición de las civilizaciones griega y romana, las manifestaciones artísticas dejarán de tener un único fin propiciatorio para convertirse en el arte de finalidad placentera que tan bien conocemos. Este arte imitará la naturaleza y su perfección armónica, tomando al hombre como medida ordenadora de todo lo que existe. El hombre al fin se autoafirma en el mundo y reconoce su capacidad para descubrirlo o transformarlo. El griego estructura una sociedad sustentada por esclavos que le permite desarrollar un nuevo concepto de existencia dedicada a sí mismo; a la búsqueda del placer y el conocimiento que mejoren su calidad de vida. La temática, por lo habitual mitológica e histórica, se utilizará para exaltar su perfección física, su moral y su desarrollo como civilización, dejándonos entrever en ocasiones sus formas de vida más corrientes.

Pocos testimonios han quedado de la pintura clásica griega. El conocimiento de su creación prácticamente se le debe a las fuentes literarias que hicieron mención a ella. Con la frágil pintura en caballete perdida por completo, sólo ha quedado una escueta muestra de algún fresco funerario, como las fascinantes escenas que aquí se muestran de la Tumba del Bañista, en Posidonia (Paestum). Desgraciadamente, la arquitectura funeraria monumental, la más apropiada para conservar los frescos, no fue muy recurrente en la cultura griega.




Arriba, pintura que cubre la techumbre de la tumba, donde un joven se lanza al mar (según da a entender el aparente oleaje) desde un trampolín artificial. El entorno natural queda esbozado con dos simples arbolitos. Esta escena se ha interpretado como símbolo de purificación.

En la página siguiente, otra pintura mural en la Tumba del Bañista. Cubriendo totalmente un lateral de la estancia, aparece la representación de un sympósion griego, donde varios hombres, en actitud afectuosa, beben y charlan recostados sobre klines. Mientras unos ofrecen su kylis para que les sirvan más bebida, otros se encargan de amenizar la velada con la música de una lira.


La pérdida de la pintura queda compensada relativamente con el gran volumen de vasijas decoradas que se han conseguido conservar.

Fueron muchos los pintores de cerámica que se inspiraron en las imágenes de cuadros y frescos; es más, un buen número de ellos las copiaron con todo detalle. Así, los progresos que se dieron en la alta pintura se hicieron notar en la decoración de los vasos, entre los que se cuenta la introducción de una perspectiva que daba profundidad a la imagen por la vía de distribuir en la composición figuras del mismo tamaño a distintas alturas. La agilización del trazo en el dibujo y los conocimientos adquiridos en el estudio anatómico tuvieron también su reflejo en la pintura vascular.

Se podría pensar, por el esmerado adorno, que los vasos griegos sólo tenían un fin decorativo; en cambio, éstos cumplían una función práctica dentro del hogar y se utilizaban para guardar ungüentos o perfumes, conservar productos alimenticios y para beber.

Debajo, kylis o copa utilizada para beber vino aguado en los simposios, con ilustración de este mismo tipo de reuniones, donde se bebía y se comía al tiempo que se recitaba poesía, se cantaba o se debatían asuntos de interés general.






Con una esplendorosa economía sustentada por el trabajo de esclavos en un altísimo porcentaje, los ciudadanos griegos de pleno derecho disponían de mucho tiempo libre para dedicar a otras actividades, como la política, la filosofía, el arte, deportes y demás aficiones ociosas.

En su vida diaria, la cena de la tarde podía ir seguida de un simposio organizado por un anfitrión para invitados del sexo masculino (la costumbre dictaba que las esposas e hijas estaban excluidas). Estas convenciones no incluían a los sirvientes, músicos, bailarines/as y hetairas que se encargaban de atender a los asistentes y amenizar la velada.

En las ilustraciones, pinturas rojas áticas en el fondo de copas o kylis de los siglos VI y V a.C. representando distintas escenas de simposios. Arriba, un músico tocando el aulos.

En el centro, una hetaira lisonjeando a un asistente a la reunión. En una sociedad en la que los hombres tendían a un matrimonio tardío, que raramente era contraído por amor, y en donde a las mujeres se las disuadía del diálogo con o acerca de hombres, estas cortesanas, dentro de la legalidad, jugaban un papel esencial.

Al lado, una sirvienta ayuda a un joven griego a aliviar su intoxicación. Normalmente, el más veterano de la reunión supervisaba la mezcla de vino con agua adecuada para, teóricamente, de forma saludable, relajarse, desinhibirse y estimular la conversación. Sin embargo, muchas eran las ocasiones en que la tertulia daba paso a comportamientos licenciosos y violentos provocados por un alto grado de embriaguez.

De esta forma, mientras las ciudadanas griegas, sin apenas derechos democráticos, se quedaban recluidas en sus casas dedicadas por completo a la organización de las tareas del hogar realizadas por la servidumbre y al cuidado de sus hijos, los hombres pasaban la mayor parte del tiempo fuera de sus hogares, lejos de las ataduras de la vida familiar.
























Arriba, dos imágenes de una misma terracota del siglo VI a.C. en forma de lekythos. Estas figuras negras representan una de las tareas del hogar a las que las mujeres griegas prestaban especial atención. A la izquierda, dos mujeres trabajan en un telar que se mantiene tensado por unos pesos atados en el extremo inferior de la urdimbre. La mujer de la izquierda empuja el hilo de trama mientras que su compañera separa los hilos de la urdimbre con una vara. La parte ya tejida se enrolla en lo alto del telar. Otras fases de esta labor se pueden apreciar también en este lekythos, como el pesado de las lanas, su hilado y, en última instancia, el doblado de los paños acabados como se muestra en la imagen de la derecha.

Las griegas confeccionaban la ropa usada por cada miembro de su familia así como otros textiles de la casa. La habilidad en el tejido daba testimonio del valor de una mujer; aumentaba su atractivo y se la consideraba una buena esposa. Con el matrimonio como fin primordial, generalmente a la temprana edad de 15 años, las niñas de las clases acomodadas iniciaban su educación en las tareas domésticas a los 6 años. Sólo en época tardía acudirán a las escuelas.


La educación de los niños griegos era muy diferente a la de las niñas. A los siete años los hijos varones de las familias aristocráticas eran enviados a escuelas privadas donde se iniciaban en las humanidades y más tarde en los deportes, entre los 12 y 14 años.



Arriba, en el fondo de un kylis del 480 a.C., un joven está sentado escribiendo a pluma sobre una tabla-escritorio que apoya sobre sus rodillas. Frente al joven, una cesta que servia para archivar los rollos escritos.

Al lado, ánfora panatináica de 367-366 a.C. que, llena de aceite de oliva, se otorgaba al vencedor de los juegos anuales celebrados en honor de la diosa patrona de Atenas, Pallas Atenea. Se ilustra con un combate entre dos jóvenes educados en las palestras de la ciudad, con el árbitro a la izquierda y otro participante esperando su turno.

Todas las familias procuraban además completar la educación de sus hijos dejándoles bajo la tutela de un protector de renombre, con quien el educado adquiría íntima relación. A los 18 eran declarados efebos, momento en que el Estado se ocupaba de su educación militar, política y administrativa durante tres años. Con 21, los jóvenes se convertían en ciudadanos de pleno derecho.

Para los griegos, una educación integra y adecuada sería la que cultivara a la vez el cuerpo y la mente de la forma más extensa posible. La preparación física y la enseñanza en letras y ciencias se completaba con un aprendizaje artístico.


A la derecha, cilix ático de figuras rojas del 480 a.C., donde se pueden ver estudiantes aprendiendo a recitar y a tocar la lira junto a sus maestros. Su protector o pedagogo, sentado a la derecha, espera a que termine la clase.

Ahora bien, todas las actividades cotidianas aludidas hasta el momento solamente se han referido a una mínima parte de la sociedad griega, los ciudadanos libres de familias prósperas, quienes podían permitirse una vida ociosa dedicada al aprendizaje y el entretenimiento. Para la mayoría de los habitantes de la península griega el trabajo duro era su principal ocupación.

La pobreza podía reducir a cualquiera a la esclavitud, bien ante la imposibilidad de pagar sus impuestos (convirtiendose en esclavo público), o teniendo que depender de algún particular para conseguir alimentos (esclavo privado). El esclavo público era propiedad del gobierno y podía desempeñar diversos oficios relacionados con la administración; desde contable, escribiente, secretario o cobrador, a carcelero, verdugo o policía. Los esclavos que pertenecían a alguien concreto se encomendaban a cualquier labor para la que fuesen requeridos, tanto para tareas domésticas, vigilancia o cuidado de los niños, como para trabajar en el campo o en las minas.















Arriba, a la izquierda, esclavos recogiendo aceituna. Pocas veces se ilustraban vasos con las tareas del campo, aunque éstas fueran el sustento de la mayoría.

Arriba a la derecha, detalle de una hidra, vaso que servía precisamente para recoger agua de la fuente pública, como indica su decoración. Los caños de la fuente solían estar bellamente adornados con forma de cabeza de león o asno. La tarea de recoger agua era exclusiva del sexo femenino; en las casas más pudientes, las esclavas eran las enviadas.




Al lado, esclavos preparando un atún en la cocina mientras dos perros observan la acción.


Algunos esclavos tenían la fortuna de ser diferenciados del resto. Éstos eran expertos artesanos, que podían vender sus productos ganando lo suficiente para vivir fuera de la casa de sus dueños y pagarles además un porcentaje.

A la derecha, esclavo en el taller haciendo zapatos bajo la atenta mirada de dos clientes.






Otra parte de la población sin derechos de ciudadanía la constituían los llamados metecos, los nacidos en otro lugar o sus hijos. Se dedicaban al comercio y la artesanía y, aunque no podían poseer bienes inmuebles ni tierras, ni casarse con mujeres del lugar, les estaba permitido participar en las fiestas sociales e incluso recibirían encargos del estado. Los deberes de los metecos eran acudir al servicio militar y pagar sus impuestos.


En las imágenes de la izquierda, ilustraciones en negro del lugar de trabajo de un alfarero rodeando toda una vasija datada entre los años 510-500 a.C. Arriba, un hombre moldea un cúmulo de arcilla con su propio cuerpo en la primera fase de su labor. Debajo, y correspondiendo a una de las asas del vaso, se encuentra a otro hombre trabajando en una gran ánfora; precisamente añadiendole una de las asas.





A la derecha, decoración de un ánfora del 560-530 a.C., donde se puede ver a unos mercaderes pesando sus víveres.

La gran expansión que tuvo el comercio en la Grecia Antigua, al contrario que el comercio moderno, no estuvo relacionada con ningún importante hallazgo científico. Si bien, lo que más tarde le vendría a dar el impulso definitivo sería la invención de la moneda.














La ilustración en la Antigua Grecia también trató, aunque tímidamente, exteriores e interiores cotidianos.


A la izquierda, vasija para vino del 480 a.C. Un esclavo africano lleva a un camello de paseo por la calle (un árbol detrás lo indica ). Animales exóticos se mostraban en las calles a cambio de dinero. Arriba, interior de una bodega en el 470-460 a.C. Debajo, en un vaso del 450 a.C, dos mujeres con huso y telar a la puerta de su casa, que entreabierta deja ver una cama con almohadones.













El arte del Imperio Romano se caracterizó por aglutinar el arte de diferentes culturas. Heredero directo del arte de la Grecia conquistada, además se vio influido por el medio itálico y etrusco, al igual que por todos los pueblos que Roma invadió en su proceso de expansión. Este arte romano manifestará una mayor inclinación hacia la ingeniería que hacia las artes puramente visuales.

Es cierto que los romanos eran un pueblo con un sentido práctico bastante agudizado, sin embargo, esto no contradecía en absoluto su refinado gusto por la decoración. Esta aparente paradoja quedaba resuelta con el uso que supieron dar a la pintura mural y al mosaico. En el caso de las casas abiertas al público, los romanos pintaban sus entradas o aplicaban un mosaico sobre el suelo con motivos que indicaran lo que allí se ofrecía. Ante la escasez de ventanas en la arquitectura popular, las paredes se llenaban de bellas ilustraciones, bien para sugerir el destino de cada habitación, o para crear la ilusión de un espacio más abierto. En los dos supuestos se han podido encontrar escenas más o menos cotidianas u objetos de uso diario en la vida de la Antigua Roma.

A la izquierda, panes recién hechos son vendidos al público desde un mostrador. Fresco del año 70 d.C encontrado en lo que fuera la entrada a una panadería. Debajo, fresco que decoró la entrada de un lupanar romano. En él se muestra la división del edificio en cuatro cabinas numeradas, indicando sobre cada una de ellas el servicio ofrecido sin las inhibiciones modernas.



Arriba, el llamado “Fresco de Ercolano”, de entre los años 30 y 60 d.C. Increíble naturaleza muerta con unos melocotones en rama y una jarra de agua situados en distintos niveles. Mediante luces y sombras se simulan estantes que bien podrían ser los de una alacena de cualquier hogar romano.

Debajo, a la izquierda, otro bodegón de atmósfera doméstica que representa los hábitos alimenticios de una familia en Pompeya. Entre otros alimentos de la composición sobresale una gran copa llena de frutas como granadas y uvas. A la derecha, fresco del año 50 d.C. que representa un pequeño jardín con árboles frutales y otras plantas típicas de los jardines romanos.






Al lado, mural datado en el año 50 d.C. de la Villa de los Misterios Dionisíacos en Pompeya. Aquí se representa una flagelación, ritual iniciático del culto al dios Dionisios, popular entre las mujeres romanas.

Debajo, “Los Músicos Callejeros”, mosaico del año 100 a.C. El mosaico tuvo un importante papel decorativo en los hogares nobles, como este realizado por un gran artista para la Villa de Cicero en Pompeya.

VISITAS A LA PÁGINA

Seguidores